Imagen: Adrian Grycuk en Wikimedia Commons

Si lo países mediterráneos en general y España en particular han hecho del vino un motivo turístico más, no debe resultar extraño que en norte hagan lo mismo con la cerveza y el whisky. Si hablamos de Irlanda, el rincón del mundo donde más se consume la bebida de la espuma después de la República Checa, probablemente uno de los signos de identidad nacionales sea la pinta negra de Guinness. En consecuencia, una de las visitas típicas en la ciudad es a la Guinness Storehouse el museo dedicado a esta bebida abierto al público desde el año 2000.

Los orígenes de la marca se remontan al año 1759, cuando Arthur Guinness compró un inmueble de Saint Jame’s Gate para instalar su fábrica cervecera. Este acontecimiento es el que se conmemora actualmente cada 23 de septiembre con fiesta, descuentos y regalos en los pubs de la marca: el Arthur Guinness Day, del que ya hablamos aquí en otra ocasión.

La visita al museo -ojo, que suele haber grandes colas- es un recorrido por la historia de esta cerveza que debe su color oscuro al uso de cebada quemada tras un incendio en tiempos de Carlos II. Así, se ilustra al curioso sobre los cuatro ingredientes, la vida y andanzas del citado Arthur, el proceso de elaboración, el transporte, las técnicas para servir y degustar la bebida y un repaso a las campañas publicitarias. Y si alguien se lo está preguntando, sí, también hay un apartado para el famoso y disparatado Libro de los Récords.

El edificio tiene 6 plantas que se pueden visitar en algo más de una hora. Que nadie se preocupe si no habla inglés porque hay audioguías en varios idiomas, español incluido. Y al final del itinerario, como es habitual en este tipo de sitios, te invitan a tomar una pinta (o más) en el Gravity Bar, instalado en una azotea acristalada; lo de la invitación es un decir, claro, pues para eso se paga una entrada de 12,96 euros.

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