Imagen: la kasbah Amerhdil de Ouarzazate (Mexico1999 en Wikimedia Commons)

Ouarzazate, una población de la región sur del Atlas, en Marruecos, es un lugar especialmente fotogénico que tiene bien merecido su sobrenombre de Puerta del desierto. Ello, unido -me imagino- a una mano de obra barata y a décadas de tradición traducidas en infraestructuras, ha convertido el lugar en un gran plató cinematográfico. No sólo como decorado para películas sino también como objeto de potencial turismo relacionado con el cine.

La propia ciudad acoge grandes estudios que el viajero puede visitar y que convierten ese sitio en el equivalente africano de lo que fue la Cinecittá romana para el peplum o el desierto almeriense de Tabernas para el spaghetti-western. Allí se ven un templo tibetano de Kundun, el avión de La joya del Nilo o la fortaleza de Jerusalén que aparecía en El reino de los cielos por ejemplo, y allí se rodaron innumerables filmes como La última tentación de Cristo, El cielo protector, Sodoma y Gomorra, etc.

Pero lo más impresionante no es lo que está hecho de cartón piedra, que tiene su interés, sino el entorno natural. A unos 32 kilómetros y 1.100 metros de altitud, sobre una estratégica colina, se alza la espectacular kasbah de Ben Haddou, que a más de uno le sonará por haber aparecido en varias películas: El hombre que pudo reinar, Lawrence de Arabia, Gladiator

Una kasbah es una ciudadela de adobe y ésta, ubicada junto a un wadi seco, aún conserva casas habitadas. Desde lo alto, donde quedan los restos de un bastión luego reutilizado como mazmorra, se domina todo el valle con una panorámica espectacular.

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