Hacer el Camino de Santiago tiene múltiples alicientes y no son los menores el poder ir de pueblo en pueblo descubriendo cada una de las iglesias, ermitas y monasterios que aún se alzan, unos en mejor estado que otros, desafiando al tiempo. Uno de esos templos, es el de San Martín de Frómista (Palencia), acaso el ejemplo perfecto del románico, el estilo artístico medieval macizo y algo achaparrado que antecedió al gótico llegando a España precisamente a través de la Ruta Jacobea.
San Martín presenta hoy un aspecto magnífico después de la restauración a que fue sometido -de hecho resulta un tanto chocante de limpio que está- y al adecentamiento de su entorno, que permite admirarlo sin tráfico alrededor, aunque el pueblo palentino tampoco tiene mucho, y contemplarlo con calma total, la misma que parece exhalar el mismo edificio.
Lo mandó construir doña Mayor de Castilla, viudad de Sancho III de Navarra en torno al año 1066; su unidad estilística indica que tardaría en terminarse en menos de dos décadas. Pero el complemento para saberlo, el convento benedictino del que formaba parte, ya no existe. Constituyó el primer episodio de una serie de dejaciones que terminaron arruinando la iglesia en el siglo XIX; una maqueta que puede verse en el interior, en la nave izquierda, sirve para descubrir el lamentable estado en que se encontraba antes de ser arreglado.
Tiene planta basilical con tres naves culminadas en la cabecera por otros tantos ábsides a los que se suman dos pequeños ábsides laterales y uno central más grande. Por supuesto, las bóvedas son de cañón con arcos fajones internos y gruesos muros. No hay crucero propiamente dicho pero sí un espacio transversal sobre el que se levanta el cimborrio octogonal (incluso exteriormente) sostenido por trompas y coronado por una cúpula semiesférica.
Por fuera, cada fachada tiene su portada, todas bastante sencillas salvo la norte que está flanqueada por columnas con capiteles. Especial mención para las dos torres cilíndricas que hay a los pies y que hacen inconfundible a San Martín, por lo poco habituales que son en el románico.
Ahora bien, quien quiera disfrutar de este templo debe prestar atención a las esculturas. Por todo el perímetro la cornisa está adornada con curiosos canecillos o figuras, variadas en su tema: vegetales, humanos, animales, monstruos… Son 309 en total y merece la pena fijarse en ellos por lo estrambóticos y divertidos que son algunos, aunque parte de ellos son reproducciones porqueel deterioro de los originales obligó a trasladarlos al Museo Arqueológico de Palencia.
Este apartado escultórico se puede hacer extensible a los capiteles del interior: además de los animales y vegetales de todo tipo, unos ornamentales otros didácticos (al parecer representan viejas fábulas) también los hay historiados con escenas de pasajes bíblicos (Adán y Eva, Adoración de los Magos…), metáforas de pecados e incluso representaciones de oficios tradicionales.
Absolutamente recomendable parar a ver este sitio, que cierra a mediodía y cuya entrada sólo cuesta 1,5 euros. Eso sí, preferentemente en entretiempo porque en esa dura tierra en verano uno puede derretirse de calor y en invierno helarse.
Foto: PRMaeyaert en Wikimedia