Para mí, pocos sitios hay tan acogedores y agradables como una biblioteca. El silencio que las rodea (en teoría), el poder rebuscar en los anaqueles entre montones de libros, pasar una tarde leyendo tranquilamente o incluso acceder a volúmenes especiales que no son de préstamo y se deben leer in situ son auténticos placeres que sólo pueden superarse si la biblioteca en cuestión es antigua.

Días atrás veíamos un buen ejemplo con la del Trinity College y hoy voy a hablar de otra igual o más bella aún, la del Monasterio de Sankt Gallen, en Suiza, cerca del lago Constanza. Este cenobio benedictino lleva el nombre del fundador de la ermita (en el año 613) a partir de la que se levantó en el 719: el monje irlandés, posteriormente canonizado, San Galo.

El sitio se convirtió en una referencia de la cultura, las artes y las ciencias a lo largo de los siglos gracias a la labor de copistería que desarrollaron los frailes y que permitió así la creación paulatina de una espléndida biblioteca de manuscritos que alcanza alrededor de ciento sesenta mil volúmenes; por increíble que parezca, los visitantes pueden leerlos si lo desean, aunque sin salir de la sala.

Entre las obras más destacadas y curiosas hay que citar los planos del propio monasterio, dibujados en tinta roja no sobre papel sino sobre pergamino (o sea, piel animal estirada y alisada). Fue en el año 829, pero ese diseño nunca se llevó a la práctica tal cual por su excesivo tamaño, ya que era casi como un pueblo, lleno de manzanas de edificios y calles; de hecho, el abad de Sankt Gallen fue también el gobernador de la ciudad San Gall hasta 1415, año en que ésta se liberó del régimen monástico.

También hay dos mil códices del Medievo (entre ellos los llamados purpúreos), placas de marfil esculpidas y encuadernadas, el diccionario de alemán más antiguo que se conserva, partituras musicales escritas con neumas (notas primitivas) e incluso una auténtica momia egipcia. Esta importantísima colección ha hecho que el lugar haya sido incluido en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO (1983).

El convento fue secularizado en 1798 y sus ocupantes obligados a marcharse por la pujanza del calvinismo, ya plenamente instaurado en el país helvético, pero aún quedan algunas de sus estructuras arquitectónicas, que se levantaron en estilo barroco para sustituir a las medievales. De ellas, hay dos que destacan sobre las demás por su belleza: la abadía y la citada biblioteca, exuberantemente decoradas con molduras, bóvedas pintadas al fresco, columnas, balaustradas, marquetería, estucos, etc.


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